25 ago 2011

La alforja encantada


Hubo, una vez, un hombre que tenía una esposa muy pendenciera y mal hablada. Por una nadería, ella lo abrumaba a insultos, y si él replicaba, era atacado con lo que ella tuviese a la mano.
Sólo se sentía feliz cuando él le traía piezas de caza; de modo que al pobre no le quedaba más que ir a cazar conejos y pájaros.

Un día salió él al campo y cogió una grulla.

- ¡Qué suerte la mía! –pensó-. Cuando vea mi mujer esta grulla, la mate y la ase, dejará de molestarme.

- Déjame vivir en libertad y te consideraré como un buen padre –le dijo la grulla adivinando su pensamiento.

Compadecido el hombre, soltó a la grulla; pero al volver a casa con las manos vacías, su mujer lo hartó de insultos. Por lo que al amanecer se fue al campo y vio a la grulla que se le acercaba con una alforja en el pico.

- Ayer me diste la libertad –dijo la grulla- y hoy te traigo este regalito. Ya me lo agradecerás…. ¡Mira!

Dejó la alforja en el suelo y gritó:

- ¡Los dos afuera!

De inmediato, saltaron de la alforja dos jóvenes, que en un santiamén sirvieron una mesa llena de manjares. El hombre se hartó de comer viandas tan exquisitas.

- ¡Los dos a la alforja! –gritó luego la grulla, y los jóvenes, mesa y manjares desaparecieron.

- Llévale esta alforja a tu mujer y estará feliz –volvió a hablar la grulla.

El hombre le dio las gracias y se fue a casa. Pero, de pronto, le dieron locos deseos de mostrar antes a su madrina la alforja prodigiosa, y fue a verla.

- Dame, madrina, algo de comer –le dijo.

- La señora le dio lo que tenía en su despensa, pero el ahijado hizo una mueca de disgusto y dijo a su madrina:

- ¡Vaya una comida tan pobre! Mejor es lo que traigo en la alforja. Voy a invitarte un suculento banquete… ¡Los dos afuera! –gritó, y al instante salieron los dos jóvenes que sirvieron la mesa con los sabrosos bocados.

La madrina y sus hijas comieron hasta decir: ¡basta!...

Pero en la mente de la señora nacieron malas ideas, pues pensó apropiarse de la mágica alforja del ahijado.

-Mi querido hijo de pila: veo que te convendría un buen baño tibio –le dijo socarronamente.

El ahijado aceptó de mil amores; colgó la alforja y se fue a bañar. Mientras, la madrina ordenó a sus hijas que cosiesen aprisa una alforja idéntica a la de marras, y cuando estuvo lista, la cambió por la que estaba colgada.

El buen hombre no advirtió el cambio, cogió la falsa alforja y se marchó feliz rumbo a su casa.

- ¡Mujer, mujer, felicítame por el regalo que me ha hecho la grulla! –llamó a gritos a su esposa.

La mujer lo miró, pensando: “Ha bebido tanto, que le rebosa el licor. ¡Ya le enseñaré a emborracharse!”.

- ¡Los dos afuera! –gritó el hombre, poniendo la alforja en el suelo. Pero nadie salió de la alforja y, entonces, gritó con más fuerza:

- ¡¡Los dos afuera!!

Como nadie saliera, la mujer cogió una escoba y se dirigió como una fiera contra su esposo, el que puso pies en polvorosa. Este pensó que yendo donde la grulla, quizá ésta le diese otra alforja. En efecto, la grulla lo esperaba con otra alforja, y le dijo:

- Aquí tienes otra alforja, que te servirá como la primera.

El hombre la recibió feliz y se volvió a casa corriendo. Pero le asaltó una duda: “Si esta alforja no fuese como la primera, mi mujer me molerá a palos. Vamos a probarla”. La puso en el suelo y gritó:

- ¡Los dos afuera!

De inmediato salieron de la alforja dos robustos jóvenes con sendos garrotes y se pusieron a apalearlo, gritando:

- ¡No vayas donde tu madrina ni te dejes engañar, tonto!

Y siguieron dando garrotazos al hombre, hasta que éste gritó: “¡Los dos adentro!”. De inmediato los jóvenes se metieron en la alforja. Luego, el hombre se dirigió a casa de su madrina, colgó la alforja y dijo:

- Te agradeceré me des un baño caliente, madrina.

Accedió ella y el hombre se encerró en el cuarto de baño. La mujer llamó a sus hijas, las hizo sentar y gritó: “¡Los dos afuera!”, emergiendo los dos robustos jóvenes, que empezaron a moler a palos a las mujeres, gritando: “¡Devolved al hombre su alforja que cambiasteis!”.

La madrina ordenó a sus hijas que devolviesen la alforja a su ahijado. Este, entonces, salió del cuarto de baño y gritó: “¡Los dos a la alforja!”. Los dos jóvenes de los garrotes desaparecieron. El ahijado cogió las dos alforjas y se fue a casa. Entonces gritó:

- ¡Los dos salgan de la alforja!

- Al instante los jóvenes salieron de la alforja y sirvieron la mesa con los más apetitosos platos. La mujer comió, bebió y se tornó tierna y sumisa. Mientras esto hacía la mujer, el marido escondió la alforja buena. Entonces la mujer, llena de curiosidad, quiso probar por ella misma y gritó: “¡Los dos afuera!”. Y salieron los robustos jóvenes que molieron a palos a la mujer.

Desde entonces, ella trató con dulzura a su marido, pues había recibido una fuerte y dura lección.

Del Folklore Ruso

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